viernes, 14 de noviembre de 2014

El bulto

Quizás deberías ir al médico, me repetían mis amigos al mostrarles aquel enorme bulto que me había salido en la espalda. No me gustan los médicos. Tampoco las salas de espera, siempre repletas de ancianas hipocondríacas cuyo único entretenimiento es conseguir que les receten pastillas nuevas para la tos. Sabía que había sido algún bicho. Nunca llegué a verlo, pero si noté la picadura en la espalda cuando intentaba darle un plátano a aquel simpático chimpancé fumador empedernido. La tarde de visita al zoo se terminó en aquel mismo instante. El picor se hizo inaguantable. Fue un bicho, no hay necesidad de ir al médico. Una araña, un abejorro o quizás una garrapata que saltó del mugriento pelaje del mono. Dicen que las garrapatas pueden producir reacciones alérgicas en los humanos. Seguro que fue una garrapata.
Pasada una semana, el picor y la fiebre repentina de los primeros días comenzaron a desaparecer, pero el bulto había alcanzado el tamaño de una pelota de ping pong. El tacto se había vuelto rugoso y áspero como la piel de una naranja y a la misma vez duro como una piedra. Estuve leyendo en wikipedia sobre las picaduras de garrapatas, y pueden producir fiebres, apatía, adelgazamiento, diarrea... y bultos tan fastidiosos y repulsivos como el mio. No había necesidad de preocuparse, en unos días se me pasaría.
A las tres semanas, el bulto parecía una joroba, era mayor que una pelota de tenis, y cada vez mas rugoso, áspero y duro. Se estaba volviendo de un color amarillento verdoso y comenzaron a aparecer sobre él pequeños y consistentes pelitos negros, muy negros. Quizás la garrapata había dejado dentro de mi piel su cabeza, también leí sobre eso. Aunque la aparición de nuevo vello corporal me descolocó un poco, decidí esperar. Quizás en unos días desaparecería y no habría necesidad de visitar al doctor.
El bulto seguía creciendo. Cinco días después tenía el tamaño de dos puños cerrados. Intenté extraer uno de los pelos sobresalientes con una pinza, el dolor fue monstruoso pero conseguí arrancar uno. Era muy duro, negro y punzante, más que un pelo parecía una antena o pata de insecto. Fue la primera vez que noté como se movía algo dentro de mi. Dejó de cuadrar mi teoría sobre la garrapata. Decidí hacer caso al fin y llamar al médico. Me dieron cita para dentro de diez días. Esperaría hasta entonces.
Una semana después, me desperté de la siesta escuchando los ladridos y consecutivos llantos de spike, mi perro. La cama olía mal y estaba pegajosa. Un mugriento y espeso líquido verde salía de mi espalda a mansalva. Me levanté. Los ladridos de Spike dejaron de oírse. Me miré al espejo de espaldas. El bulto era mucho más grande y tenía cinco orificios de un tamaño considerable, por los que no paraba de brotar aquel repugnante líquido viscoso. Me asomé al pasillo, Spike estaba en el suelo tieso como un palo, y delgado, extremadamente delgado. Su cuerpo descansaba recostado sin vida , con los ojos fuera de sus órbitas oculares. No entendía que sucedía. Escuché un grito. Era mi vecina de enfrente. Tenía la llave de su casa por lo que directamente entré sin preguntar. Al igual que Spike el cuerpo de mi vecina yacía en el suelo extremadamente rígido, pero aún con vida. Aquí fue la primera vez que los vi...
Cinco extraños insectos de casi 10 cm de largos, apoyados en dos largas y robustas patas negras. Con una cola, parecida a la de una langosta pero mucho más pequeña, que les arrastraba y les servía de apoyo. Sus bocas eran picudas y terminadas en una especie de diente afilado que cada una de esas criaturas tenía clavado sobre el cuerpo de mi vecina. Estaban absorbiendo toda la sangre de su cuerpo, como feroces y hambrientos vampiros chupopteros. Los aparté, ellos me obedecieron, en ningún momento intentaron atacarme. El pulso de mi vecina era débil. Aquellos insectos parecían inmóviles esperando a que les diera permiso. Acerqué mi mano, uno de ellos se subió en ella, todos tenían una larga antena que les hacía parecer mucho mas grande de lo que eran. Este no la tenía, yo se la arranque cuando aún estaba creciendo dentro de mi. Lo solté. Comprendí que fuesen lo que fuesen y viniesen de donde viniesen, habían crecido dentro de mi, eran mis pequeños y debía cuidar de ellos como lo que era, su madre. Entonces les di permiso para que terminaran su festín. Luego volvieron a meterse en el bulto de mi espalda, cada uno por el orificio de donde salió, y allí permanecen hasta que les doy permiso para servirse su próximo banquete.
Acabo de regresar de mi cita con el médico, he salido bastante contenta de la consulta. Al enseñarle mi bulto, el doctor intento arrancar una antena de uno de mis niños. No podía permitir que les hiciera daño, por lo que les di permiso para salir. Después de dejar al doctor seco como un palo de paja, mis niños prosiguieron con la poca sangre que les quedaban a aquellas viejas fosilizadas e hipocondríacas que siempre había en la consulta. Luego volvieron al bulto. Ir al médico ya no me desagrada, tampoco ha sido para tanto. Creo que la próxima vez  haré caso a mis amigos e iré mucho antes.

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