lunes, 19 de enero de 2015

El miserable

Después de diez años de mortificación y autocastigo interno, las cadenas ficticias que mi desquiciada mente impuso sobre mi persona, postergaban mi cautividad en aquel infecto y arcaico corredor. Sin fundamentos ni esquemas presentes los imaginarios grilletes se desmoronaron aquella gélida noche de invierno cuando las voces de mi cabeza al fin desaparecieron .

Libertad, anhelada libertad, sin amarres del culpabilidad creados por reproches de una sociedad tarada y sistemática que condena y ataca lo incomprendido. ¿Dónde lo había guardado?. El exterior no era como lo recordaba, aunque todo se veía bello y pulcro fuera de aquella inmunda cloaca del alcantarillado a la que llamaba hogar. ¿Por que las voces dejarían de torturarme?. Quizás era hora de terminar lo que una sombría y trágica noche como esa comencé.

¿Dónde lo había guardado? No era capaz de recordar... Caminé por las oscuras calles durante horas admirando las distintas casas, establecimientos , parques y pasajes de aquel pequeño e insólito pueblo. Tras mi exhausta inspección termine evocando cada rincón del municipio a pesar de originar una singular confrontación con mi mente que durante tantos años se esforzó por extraviar mis recuerdos. La deformidad en mi cara, mis horribles jorobas y mi brazo extra en el pecho me condenaron nada más nacer al mas duro y cruel de los rechazos sociales . No era agradable recordar mi infancia, supongo que por ello la olvidé. ¿Pero donde lo guardaría?. El sonido de unas campanas retumbaba en los musgosos ladrillos de los humildes caserones produciendo un vaporoso eco que al llegar a mis oídos fui capaz de recordar. Eran de una iglesia. Corrí en la oscuridad, cual animal salvaje nocturno. Curvado por el peso de mis jorobas en posición horizontal mientras mis tres brazos apoyados en el suelo iban dando impulso a mis frágiles piernas.

Era tal y como la recordaba. Teniendo en cuenta el transcurso de una década, la pintura estaba un poco más descascarillada y una mata de hierbajos y musgos se entrelazaban con las estrafalarias estatuas angelicales que precedían la entrada a la capilla, el resto permanecía igual. Entonces lo recordé. ¡¡Allí lo guardé!! . Trepé hasta la torre más alta , sobrepasando la enorme campana dorada que parecía entonar cada ding dong en una melodía danzante al son de mi subida hasta que alcance la pequeña cúpula acristalada que coronaba la iglesia.

El acceso fue bastante más cómodo de lo que imaginé, los cristales fracturados en la parte inferior de la cúpula componían un orificio perfectamente acoplado al tamaño de un cuerpo humano, por lo que pude adentrarme con la mayor fluidez. Quizás aquella perforación perfecta fue obra mía en el pasado, ¿quién sabe? yo no era capaz de recordar.

La estancia estaba sucia y oscura, todo cubierto por gruesas capas de polvo acumuladas durante años. Los espejos y las viejas cruces y retratos cristianos cubiertos por cochambrosas sábanas daban un aspecto fantasmal a aquella sala. Pero... ¿donde demonios lo puse?. El nerviosismo y desasosiego comenzaron a apoderarse de mi, corrí desequilibradamente destapando todas las cubiertas, las cruces transfiguraron en armas de mano con las que golpeé colerizado cada espejo y cada retrato, los posteriores aullidos inhumanos que en aquel estado mi ser deportó evidenciaban mis graves trastornos mentales. Allí me derrumbé.

Desperté a la mañana siguiente con el resplandor de la luz del amanecer. El destello traspasaba el translúcido cristal de la cúpula y reflectaba en mi rostro provocando un ardiente resquemor en mis frágiles pupilas tan desacostumbradas a la luz solar como mi persona al mundo externo. Encontré el refugio perfecto bajo el único enser que hallé íntegro tras el caótico desorden que ocasionó mi demencia la noche antes. Una mesa de madera de mediano tamaño que revestí con cuantas viejas sábanas pude encontrar a mi alcance hasta impedir a la luminiscencia del sol volver a reflejarse en mi rostro.

Mi mano izquierda sangraba a borbotones. Notaba el calor del fluido recorrer mi muñeca y derramarse gota a gota al terminar su recorrido en la articulación de mi brazo. Mientras sujetaba con mi otra mano izquierda mi mano herida para inmovilizarla, con la derecha extraje el trozo de cristal incrustado permitiendo que ahora el flujo desbordara sin obstáculos. Observaba la herida desde la penumbra. Repugnantes gusanos asomaban sus minúsculas informes cabezas por la raja de mi mano y volvían a introducirse dentro de mi tan paulatinamente que parecían regocijarse haciéndome notar su existencia. Por aquel entonces los ilusorios parásitos parecían tan reales que la angustia provocó la exaltación en todo mi cuerpo. Golpeé el suelo de madera una y otra vez con la palma de mi mano ensangrentada y toda la fuerza que pude expulsar en ese momento, hasta que hice saltar una de las tablillas de madera dejando al descubierto un doble suelo. Pude divisar una enorme caja de madera que tras arrancar gran parte del falso pavimento la excitación me hizo cargar sin ningún tipo de sobreesfuerzo. Cuando la abrí.... ahí estaba...

Un viejo libro de tapas doradas cuya portada modelaba en el centro un circulo sobrepuesto en otro relleno de espirales y simetrías y en el centro una especie de ojo desfigurado entreabierto que parecía seguirte con la mirada. Era lo único que me quedaba y mi razón para seguir subsistiendo. La punta de una de las hojas estaba doblada hacía dentro haciendo función de marca páginas. Abrí aquel libro por la página 547 tal y como estaba marcado.


...y los diez orificios profanados contemplaran la imploración de sus almas desangradas. Bajo el círculo sagrado contemplaran un alma atormentada entregándose a las tinieblas. Y las puertas quedarán abiertas...


Solté el libro de inmediato y volví a abrir la enorme caja de madera. Bajo una pequeña tablilla había un vasto y pegajoso saco negro que al abrir expulsó un putrefacto olor que me hizo recordar su contenido. Fui sacando una a una las cabezas amputadas, eran cuatro en total. Dos de ellas eran ya cráneos fosilizados, otra aún conservaba algunos trozos de piel y cabello aunque en un alto grado de descomposición. Y la última, mi preferida, la que mejor supe conservar, además de mantener toda la piel intacta, aún mantenía la expresión de horror en su rostro tras padecer una lenta y tortuosa muerte .

Las puse en círculo a mi alrededor y comencé a recitar un texto en un antiguo idioma oculto e indescifrable para la época.


....sha nethan loi fhigrah, oghethhan, sha nethan loi fhigrah....


Mientras recitaba una y otra vez y nada acontecía mi deforme cuerpo se estremeció al percatarse de mi error.

¡¡Diez orificios!!,¡¡Diez orificios!!. Diez orificios profanados contemplando mi alma atormentada... Cuatro cabezas, ocho cuencas oculares extirpadas.¡¡me faltaba una!!.

El cielo tornaba un color púrpura. El sol, ahora una insignificante bola anaranjada sin destellos, se escondía lentamente en el horizonte mientras una perfecta amalgama de colores cromaba el tradicional celeste. Culminaba así el más bello de los atardeceres que mi ser jamás contempló dando paso a un nuevo crepúsculo. Aún había gente en las calles, yo observaba desde lo alto de la torre, a nadie parecía interesarle la espléndida bóveda que nos recubría, el ser humano siempre tan ególatra...Me preguntaba si todos los atardeceres serían así..

Descendí por la torre , esta vez con el saco y el libro, no podía volver a dejarlos, no había tiempo. Antes que cayera un nuevo día tenía que encontrar una última alma honesta y llevarla a los subterráneos donde ahora vivía, allí vaciar su cuerpo de sangre y mientras me bañaba en ella extirpar sus ojos y decapitarla para poder terminar el ritual.

Me ocultaba en la penumbra mientras observaba a una pecosa niña pelirroja de unos diez años de edad que caminaba junto a su madre. En un despiste de esta, fui hacia ella , la cargué en mi hombro y corrí cual animal cuadrúpedo salvaje huyendo de su depredador . La niña gritó, la madre se percató, en cuestión de minutos una avalancha de personas corría en mi busca con palos y rústicas armas. ¡¡Es un monstruo!! decían, ¡¡matadlo!! podía oír los gritos e insultos como si volviesen a estar dentro de mi cabeza. El libro lo tenía sujeto contra mi pecho con mi mano central, el saco lo tenía amarrado con una cuerda que cruzaba mi torso en forma de bandolera y a la niña la llevaba apoyada en los hombros, mientras a la vez que sujetaba el libro con mi tercer brazo empujaba hacía arriba para que no cayese en la carrera. El peso me relentizaba, la muchedumbre estaba a punto de alcanzarme, acabe trepando los edificios y saltando de tejado en tejado hasta que alguien me agarró. Empujé con todas mis fuerzas, aquel hombre tiraba de mi costal para intentar hacerme caer del tejado. El saco se rompió y las cuatro cabezas rodaron entre las piernas del pueblo desenfrenado. Todos se paralizaron y los posteriores gritos que se produjeron fueron mucho más tormentosos. Aprovechando el temor y la confusión de todo el pueblo pude escapar de aquella persecución y volver a refugiarme en las alcantarillas, mi hogar.

Las voces seguían dentro de mi cabeza.... "monstruo", "ser repugnante", "no mereces vivir", "engendro"...... ¡¡Dejadme!! gritaba, ¡¡dejadme de una vez!!. Las voces seguían. "das asco" "deforme", "asesino". Me acurruqué en una esquina llorando desconsolado, había perdido las cabezas, no podría acabar el ritual que culminara con la venganza de este monstruo atormentado y castigado por una sociedad maligna y retrógrada. Las voces de mi cabeza habían vuelto, las mismas voces que me castigaron una y otra vez durante toda mi infancia, se volvían a repetir en un bucle infinito atormentándome de por vida. Quien sabe cuando volverían a desaparecer quizás había perdido mi única oportunidad.

La niña se acercó a mi, "¿Por que estas llorando?". Me dijo. Me había olvidado de ella, a fin de cuentas ya no la necesitaba. Se acercó a mi. Yo seguía hablando sólo, ¡¡dejadme en paz!!¡¡vosotros sois los monstruos!!. "¿Con quien hablas?". Preguntó. Me acerqué a ella y la miré de arriba abajo, era muy bonita y la envidiaba por ello. Abrí mi viejo libro, al menos aún lo conservaba. Algo debía hacer con ella. Quizás podía volver a empezar, y que ella fuese ahora la primera en lugar de la última. Las voces no me dejaban pensar. La pequeña se acercó e intentó ojear el libro, el implacable gruñido animal que lancé la hizo retroceder. Era extraño, no gritaba ni parecía asustada al verme, al contrario, para mi sorpresa comenzó a reír. "¿Por que te ríes?" me atreví a preguntar. "Veras pareces un loco hablando sólo e intentando leer un cuaderno que tan sólo tiene páginas en blanco". "¡niña estúpida!" gritaba. "no tienes ni idea de lo que poseo entre mis manos", "podría destruir cuanto conoces con este libro" contesté enfurecido mientras la baba que produjo mi histeria caía resbalando por mis manos hasta gotear en el suelo. "Tan sólo es un viejo cuaderno en el que nisiquiera hay nada escrito". Volvió a contradecirme

Tenía razón.

Tiré aquel estúpido cuaderno vacío y al fin consciente de mi locura me acurruqué en el suelo adoptando forma fetal mientras gritaba y lloraba atormentado por mi demencia. Y por primera vez en mi vida note como una cálida mano se acercaba a mi desfigurado rostro regalándome una pequeña caricia de consuelo. Ese fue el día más feliz de mi vida...





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